La leyenda de Lorelei, la hija del Rhin
Lorelei está llena de rencor por la traición de su amado y por eso conduce a los navegantes del Rhin a la muerte.
Una de las infelices víctimas del odio de Lorelei fue Ronald, un apuesto joven, hijo de un noble de alto
rango del lugar. El muchacho supo de esta misteriosa y bella doncella y sintió un deseo irrefrenable de
conocerla.
Se excusó ante su padre diciéndole que se marchaba de caza, y cuando llegó a orillas del río convenció a
un viejo marinero para que le acercarse al acantilado. Este no estuvo muy de acuerdo al principio, pero
ante la insistencia del joven finalmente terminó por ceder.
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La barca llegó a las rocas justo cuando el sol se ocultaba tras las montañas y la noche empezaba a
invadirlo todo. La primera estrella apareció y con ella las demás.
De pronto el viejo barquero divisó la blanca figura de la joven en lo alto del acantilado y avisó muy
nervioso a Ronald. El joven se quedó mirando a Lorelei con los ojos muy abiertos, absorto. Aquella
imagen era sobrenatural y maravillosa a la vez.
Lorelai caminaba sobre las rocas, lánguidamente, mientras peinaba su brillante cabello. A pesar de la
oscuridad de la noche, podía observarse el perfil de su figura e incluso los rasgos de su delicado rostro.
Ronald pudo percibir como los labios de la joven se abrían y de ellos comenzó a nacer un canto tan
sublime como nunca jamás había oído mortal alguno.
Entonces la mirada de Lorelai se cruzó con la suya…
El joven e ingenuo Ronald, sintiendo la llamada de la joven y olvidando por completo que estaba en
medio del río dentro de una barca, salió de ella para ir al encuentro de Lorelei y acabó tragado por las
aguas.
Una terrible tormenta se desató en ese momento y el viejo barquero comenzó a rezar. Luego los truenos
cesaron y sólo quedaron el suave susurro de las olas y el lejano canto de Lorelei.
Cuando el padre del joven se enteró de la trágica muerte de su hijo, fue invadido por el dolor y la rabia y
ordenó a sus hombres que trajeran a la asesina de su hijo viva o muerta.
Al día siguiente un barco tripulado por cuatro valientes soldados cruzaba el Rhin. El plan era subir al
acantilado y desde allí arrojar a la infame asesina y seductora desde las rocas para que terminase ahogada
en las aguas del río, tal como había muerto el desdichado Ronald.
Como era de esperar, llegaron al anochecer.
Los soldados rodearon el acantilado y el jefe comenzó a escalar por la ladera. Entonces una niebla dorada
cubrió la cima de las rocas y en medio de ella apareció Lorelei. En su rostro se vislumbraba una irónica
sonrisa.
“¿ Qué habéis venido a buscar aquí ?, preguntó la joven. ” ¡A ti! ¡Y vas a tener el castigo que mereces!”,
respondió el jefe de los soldados.
Entonces Lorelei se arrancó el collar de perlas que llevaba en su cuello y lo arrojó al Rhin. Una tormenta
surgió de la nada y las aguas del río se tornaron turbulentas. Dos enormes olas con forma de caballo
surgieron de la espuma y se llevaron a la joven a las profundidades del Rhin.
El cuerpo sin vida de Ronald apareció poco después a las orillas del río.
Lorelei no volvió a ser vista jamás, tan sólo su canto que se repite como un eco entre las rocas del
acantilado que lleva su nombre.
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