Trasteando con el Poser

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 Una de las numerosas leyendas que relatan los amores imposibles entre hermosas mujeres judías y caballeros cristianos, amores que parecían irremisiblemente abocados a un final trágico.  La que nos ocupa, nos habla de una de estas afortunadas parejas: Don Fernando, caballero principal de la ciudad, y Raquel, la bella y única hija de un opulento hebreo, cuyo palacio se encontraba situado en la calle que, más tarde, tomaría el nombre de la leyenda, “El pozo Amargo”.

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            Los amores de don Fernando y Raquel, encontraron, desde un principio, la más rotunda oposición por parte de ambas familias, y aún de sus comunidades respectivas.  De nada servirían ruegos y amenazas, pues los enamorados prosiguieron con sus furtivos encuentros, aprovechando la oscuridad de la noche, y las discretas frondas que ofrecía el jardín del palacio del judío.

            Una noche, don Fernando no acudió a la cita, y Raquel le aguardó en vano, sentada junto al brocal del pozo que se abría en el rincón más apartado y escondido de su jardín, y que solía ser lugar elegido para sus apasionados encuentros.  El alba la sorprendió en su prolongada e inútil vela y Raquel regresó a sus aposentos con una tristeza, superada tan solo por el temor de que algo terrible le hubiera sucedido a su amante.

            La noche siguiente se repetirla la misma escena, y la bella israelita lloró desconsoladamente junto al Pozo cuyas aguas, testigos de tantos momentos de Felicidad, recibieron aquellas amargas lágrimas como testimonio de dolor y penas infinitos.  Así, noche tras noche, Raquel derramaría sus lágrimas sobre las aguas del pozo, que, incomprensiblemente, se tornaron tan amargas como la hiel.

            Un día supo que una artera daga había segado la vida de don Fernando, cuando este, como todas las noches, se disponía a saltar las tapias del jardín.  Las fuerzas la abandonaron, y bajó por última vez al jardín, se asomó al brocal del pozo, y contempló su imagen reflejada en las aguas.  Allí permaneció, como hipnotizada, hasta que sintió la llamada de aquellas aguas, que habían sido sus confidentes en tantas noches de amor, y se hundió en ellas para siempre.

            Desapareció el pozo cuyas aguas, por efecto del dolor de una mujer, se tomaron amargas, pero no así la trágica leyenda que, desafiando el paso del tiempo, llega hasta nosotros como un canto de amor desesperado.

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