Sada Koyama, Sadayakko de nombre artístico, nació en Tokio en 1871.
Hija de una familia de viejos samuráis, arruinada económicamente, fue vendida a los cuatro años a una matrona, llamada Kamekichi, dueña de una de las casas de té más frecuentadas por la nueva burguesía japonesa, para que la formara como geisha.
Recibió la más primorosa educación a que podía aspirar una geisha, además de música e interpretación. En ellos aprendió a encandilar a un hombre con una mirada de soslayo, a ser lánguida y elegante, a charlar con coquetería y a caminar con aire seductor.
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Bajo los auspicios de su primer protector medró en la alta sociedad del Tokio de su tiempo. Así, cuando Ito dejó de ser su amante, en el lecho de la geisha los campeones de sumo sucedieron a los más altos dignatarios del nuevo Japón.
La 'madame Sadayakko' que habría de aplaudir Occidente se puso en marcha cuando la antigua geisha empezó a ser mayor para ejercer.
Cuando acababa de cumplir veintiocho años, Sadayakko decidió dar el gran paso hacia Occidente. Casada con un actor de teatro de vanguardia, Otojiro Kawakami, viajó el 30 de abril de 1899 a San Francisco y llegó el 20 de mayo de 1899 con ganas de triunfar.
En California obtuvo sus primeros grandes éxitos, de público y de crítica periodística. ... La diva japonesa llegó a bailar para el presidente McKinley coincidiendo con el centenario de las celebraciones de la fundación de Washington.
Convertida ya en una celebridad, viajó a Europa, el 28 de abril de 1900, triunfando en Londres y después en París, a donde llegó el 29 de junio de 1900.
Su rostro exótico y sus gestos encandilaron: André Gide fue 6 veces a verla bailar. Auguste Rodin califico de 'perfecto' el arte de la actriz.
Picasso, la pintó como una mujer dotada con muchos brazos y Puccini, que hasta entonces no había visto a ninguna japonesa, encontró en ella la inspiración necesaria para ciertas notas de su Madame Butterfly. El emperador Francisco José la aplaudió en un teatro de Viena; en San Petersburgo, bailó para el zar Nicolás II y en las tiendas de París se vendían unos quimonos que llevaban su nombre.
Después de fundar un teatro en Tokio con las ganancias obtenidas en sus periplos occidentales, Otojiro enfermó de apendicitis, siendo el último gesto de cariño hacia su marido el que trasladasen su cuerpo al Teatro Imperial de Osaka, donde expiró.
Ella se unió entonces a Momosuké Iwasaki, aquel amor de juventud al que no se pudo entregar.
Sin embargo la obstinación de Sadayakko por vivir de espaldas a unas normas que implicaban la sumisión de la mujer japonesa a la voluntad del hombre acabó con ella, y el día de su muerte nadie se acordaba ya de la gran actriz.
Fuente: Lesley Downer
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Oriental